sábado, 13 de febrero de 2016

El arte del amor en la militancia

   Es un lunes cualquiera de una semana cualquiera, el despertador suena y alguien lo aplaza. Cada vez que suena lo odio más, porque me despierta, pero en cuanto se apaga un calor inhumano vuelve a recorrer a mi cuerpo y es, sin duda, una de las sensaciones más agradables que conozco. Una voz me dice que llegamos tarde y cuando me giro encuentro sus ojos, que me miran con cansancio. Son las nueve de la mañana. No hay desayuno, hay que darse prisa así que nos vestimos corriendo y entre prenda y prenda se escapa algún beso, un buenos días y muchos “corre, que llegamos tarde”

   Entramos a una reunión, ella está enfrente, me mira con enfado porque nuestra postura sobre esto o aquello no es la misma, pero todo sigue. Dos horas después necesitamos fumar, salimos corriendo a la calle y hablamos de las cosas que tenemos que hacer, una compa me sugiere que coja a mi pareja este sábado y paseemos por Griñón, que es un sitio muy bonito. Nos miramos y echamos cuentas, hay escuela del partido a las 12 y a las 6 es la mani, entre viaje y viaje…bueno, ya pasearemos más adelante. Hay algún abrazo, se lanzan besos y puñales al aire, el cigarro se acaba y hay que subir de nuevo. Sigue la reunión, ahora hay que hablar de cómo conciliar, muchas sonreímos, otras se entristecen, todas creemos en la conciliación y ninguna tenemos ni idea de cómo ponerla en práctica.  Ahora son las tres. Bajamos en un ascensor demasiado grande, a nosotras después de 5 horas de estar juntas sin rozarnos, no nos hace falta tanto espacio. De camino al coche se escapa algún te quiero, pero nuestra postura durante la reunión no ha sido la misma y sentimos la necesidad de seguir debatiendo.

   Llegamos a casa, comemos con el móvil en la mano porque ahora también se “milita” por wathsapp, y cuando acabamos, en una habitación de cuatro metros, cada una coge su ordenador y se pone a hacer las tareas que toquen, a veces cuando solo una tiene algo que hacer, la otra la mira desde la cama e intenta hablar, pero ahora tenemos responsabilidades, no podemos “perder el tiempo” y con la tontería, son las 5.
Hay que salir corriendo, la actividad en la calle sigue y ahora toca separarse. No queremos, agotamos hasta el último momento en las despedidas y siempre llegamos tarde a todas partes, pero si, al final nos separamos.

   Durante lo que sea que hacemos esa tarde, ya os digo, la tarde de un lunes cualquiera, nos intercambiamos mensajes de vez en cuando, sin necesidad, “esta reunión es una pérdida de tiempo””Hoy hay muchísima gente en la mani””Mierda, no he actualizado el facebook””Joder, ya están otra vez los trolls de twitter” mensajes que no eran necesarios, pero que bien sienta leerlos de vez en cuando. Son las nueve.

   Acaba “lo que sea que tocase” y ahora si, ya ha llegado el momento de estar juntas. Nos sentamos en un bar con una cerveza fría delante y hablamos, la cosa esta mal, el país se hunde, la organización tal o pascual la está liando, ¿Y Carmena? Joder, que envidia de Ada, Ada ahora la ha cagado. Volvemos a casa.

   De camino a casa algo estalla, llegan cientos de mensajes porque el mundo no para cuando lo necesitamos y el tiempo que nos debemos se va a cumulando. Hay que hacer un cartel, tú ponte con el comunicado y yo voy respondiendo por el grupo. Son las 3 y la cama nos llama.

Es un martes cualquiera de una semana cualquiera, el despertador suena y alguien lo aplaza.

   Tengo la suerte de compartir muchos de los espacios en los que participo con mi pareja, de no ser así quizá a día de hoy aun no nos conoceríamos y aunque pueda parecer que en este escrito hablo de ella todo el tiempo, solo en algún párrafo lo hago.

   Hablo de mis compañeras, de mis camaradas, de las personas con las que en unos casos por decisión propia y en otros por imposición popular he acabado compartiendo y construyendo vida.




El mundo me hizo militante, la militancia feminista y el feminismo me enseño que el amor, no es cosa de dos.